El peligro de ser DEMASIADO bueno en el trabajo

Aunque muchos empleados no corren este riesgo ;-), he aquí un curioso artículo de Cristina Bisbal Delgado sobre el peligro de tener demasiado autocontrol y responsabilidad.

Ejemplifican el estereotipo en un personaje que «Tiene una disciplina de hierro, sigue una dieta equilibrada, madruga para hacer deporte y no se olvida de sus seres queridos en días señalados. Además, cumple con sus responsabilidades familiares». Sin embargo, «es probable que se queje de que sus compañeros tienen expectativas exageradas sobre su rendimiento, buscan frecuentemente su ayuda, sus superiores le asignan más carga de trabajo que a sus colegas en la misma posición y su pareja espera que colabore más en casa»

Algunas ideas:

  • Este tipo de persona ponen más tiempo y esfuerzo en atender las necesidades y expectativas de su entorno, muchas veces a costa de sus propios intereses.
  • Sus jefes y compañeros se acostumbran a su eficiencia y les sobrecargan de trabajo. Es lo que yo llamo la «maldición del eficiente«, o como dice la frase: «Ninguna buena acción sin su correspondiente castigo».
  • Corren el riesgo de sufrir (y provocar) ansiedad y estres, incluso en su vida personal.
  • Según la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y Trabajo, un 28% de los trabajadores europeos padece algún tipo de estrés laboral.

De lo que no hablan en el artículo es de la importante distinción entre perfeccionismo y excelencia, que suelo trabajar cuando hago coaching con directivos muy exigentes en primer lugar consigo mismos.

  • El perfeccionismo consiste en compararse con un ideal inalcanzable, ya que el hombre no es perfecto. Puede ser un síntoma de buscar en el «conseguir» lo que falta en el «ser». Suele generar frustración y conductas desequilibradas, en la persona y en su entorno.
  • La excelencia tiene que ver con hacer las cosas lo mejor que uno puede en las circunstancias actuales, o si acaso mejor que ayer. No tiene que ver con los otros, ni con ideales inalcanzables, sino con uno mismo. Por eso genera motivación, y practicado con asiduidad, un nivel de desempeño superior a los mediocres y a los perfeccionistas.
  • Por poner un ejemplo, si mi hijo viene frustrado por perder un partido de futbol o encantado por ganarlo de goleada, yo le quito importancia. Lo que le pregunto es si ha jugado lo mejor que ha podido, si ha estado atento, si ha corrido a defender y a atacar, si ha hecho buenos pases… Si él ha sido excelente me da igual el resultado. Ya llegará. O no, y no importará porque el resultado es la excusa para jugar, no al revés.

Al final este post me ha permitido hablar de uno de nuestros valores: la excelencia. Otro día comentaremos los demás.

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