El poder de la incertidumbre

Muy oportuno artículo de Francesc Miralles en El País Semanal. Especialmente dedicado a quienes nos gusta «controlar» las cosas.

Algunos extractos:

  • «Lo sorprendente no es la magnitud de nuestros errores de predicción, sino la falta de conciencia que tenemos de ellos. Y esto es aún más preocupante cuando nos metemos en conflictos mortales; las guerras son fundamentalmente imprevisibles. Debido a esta falta de comprensión de las cadenas causales entre la política y las acciones, es fácil que provoquemos «cisnes negros» (hechos sin precedentes, con consecuencias graves y que todos explican a posteriori, como el 11-M) gracias a la ignorancia agresiva, como el niño que juega con un kit de química” – Nassim Nicholas Taleb
  • Los seres humanos tienen una asombrosa capacidad para olvidar que una de las pocas certezas con las que pueden contar a lo largo de la vida es que ésta va cambiando. La única certeza es que todo cambia.
  • El ser humano se aferra de forma natural al mundo conocido, a lo previsible. A medida que nos convertimos en adultos, solemos hacer las mismas cosas y esperamos resultados que nos son familiares. Esto nos produce una sensación de control que aporta calma, aunque ya haga tiempo que estemos aburridos con nuestra vida.

Añado otra reflexión:

  • Cuando algo inesperado o juzgado como «malo» nos arranca de nuestra «controlada» existencia sentimos dolor psicológico. Esto se debe no al hecho objetivo, sino a nuestro apego a lo que ya creíamos «nuestro», «bueno», o «controlado». Es nuestro apego a cosas, personas, hábitos, entornos, o a nosotros mismos lo que nos hace sufrir.

También se recoge la fábula oriental del caballo de la fortuna:

Un día, el caballo de un campesino se escapó. Su vecino le dijo: “¡Qué mala suerte has tenido!”. El granjero le respondió: “Quizás”.

Al día siguiente, el animal regresó acompañado de cinco yeguas. El hombre volvió y le felicitó: “¡Qué buena suerte has tenido!”. El dueño replicó: “Quizás”.

Poco después, el hijo del campesino, que solía montar a caballo, se cayó y se rompió una pierna. El amigo le comentó: “¡Qué mala suerte has tenido!”. Este contestó: “Quizás”.

Al día siguiente llegaron unos oficiales del Ejército para reclutar al muchacho y luchar en la guerra, pero no pudieron llevárselo porque tenía la pierna rota. Entonces el vecino exclamó: “¡Qué buena suerte has tenido!”. El padre repitió: “Quizás”.

 

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