La necesidad de complacer

Es algo instintivo, casi un acto reflejo: buscamos agradar a los demás. Un sentimiento muy frecuente que puede resultar paralizante e impedir que nos desarrollemos plenamente.

Brillante artículo de Jenny Moix Queraltó en El País Semanal. Aquí está si quieres leer más. Algunos extractos:

  • Nosotros somos hijos de esos homos que grabaron en sus cromosomas “estás en grupo o mueres” o “si no gustas a los demás, te juegas la vida”. Ese sentimiento de “jugarse la vida” lo hemos heredado y miles de años después seguimos notando esa punzante sensación de algo gravísimo si no gustamos a los demás. Somos capaces de ir en contra de nuestras propias necesidades para actuar según lo que pensamos que el otro espera de nosotros. Son nuestros genes, nuestro cavernícola interior, los que encienden ese sentimiento. Ahora ya no solemos jugarnos la vida si el otro se enoja, pero lo seguimos sintiendo así.
  • En otras ocasiones, el sacrificio hacia los demás no presenta ni un ápice de correspondencia. Entonces aparece la rabia, el enfado, la furia o, incluso, la pena y la depresión profunda.
  • Con la entrega constante no se llena la autoestima, lo único que logramos es ir esparciendo arena por encima de nuestras ilusiones hasta soterrarlas.
  • Albert Ellis, uno de los padres de la terapia cognitiva, postula que el sufrimiento no viene generado por los hechos externos, sino por la interpretación de los mismos. Esas interpretaciones vienen sesgadas por creencias irracionales que habitan en nuestra mente. Este psicoterapeuta detectó 11 ideas ilógicas como causantes del malestar. La primera es: “Necesito el amor y la aprobación de todas las personas significativas de mi entorno”. Una creencia que, en diferentes grados, se encuentra instalada en todas las cabezas.
  • La tenemos tan bien implantada que el “sí” casi se ha convertido en un reflejo. De nuestra boca sale “sí” cuando queremos decir “no”. Desde las cotidianidades más nimias (decir “sí” a la invitación a un café que no nos apetece) hasta las cuestiones más vitales (decir “sí” cuando los padres nos sugieren que cursemos unos estudios que no nos motivan). Nos formulan una petición y antes de procesarla ya hemos aceptado, sin pensar siquiera si nos apetece o nos conviene. Dejar un espacio entre la petición y la respuesta puede ser una buena fórmula para convertir el reflejo en un acto reflexivo. Cambiar el “sí” por “déjame que lo piense” podría ser una buena manera para lograr este espacio.
  • La pregunta no es de dónde viene, sino qué estamos haciendo o pensando para mantener esta dinámica de entrega.
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