Tener razón

Recuerdo en un viaje a Tailandia como nuestra guía local se quedaba asustada por la vehemencia y frecuencia de discusiones entre españoles sobre cualquier cosa. Lo que para nosotros era un divertido lance para ella era un enfrentamiento violento y estéril.

No lo digo porque el Real Madrid haya perdido este fin de semana 😉 , pero es curioso cómo podemos (yo el primero) pasar horas intentando tener razón sobre futbol, política, o cualquier otro tema. Evidentemente sin hacer ninguna mella en la armadura de quien tenemos enfrente, que también tiene «su» razón. Por no hablar cuando nos jugamos algo (negociaciones, conflictos…).

De hecho una de mis experiencias de fracaso tiene que ver con demostrar a un jefe que yo tenía razón (en público) sobre la organización de un proyecto. No con la intención de tenerla sino de hacer bien las cosas. Pecado imperdonable gracias a la soberbia, orgullo e ingenuidad típicos de la inexperiencia.

Luego en privado, otro compañero más inteligente me preguntó: «¿Qué prefieres, tener razón o tener éxito?» Logicamente le respondí: «Las dos cosas.» Pero me dijo algo que se me ha quedado grabado: «Muchas veces cuando trates con personas tendrás que elegir entre tener razón o tener éxito. ¿Qué eliges?»

Tras retar con esta pregunta al lector, propongo un interesante artículo de Raimón Samsó en El País Semanal. Algunos extractos:

  • La posesión de las personas por sus propias ideas es siempre una causa de sufrimiento. El problema, al consistir las creencias en “posesiones mentales” no visibles, ha sido buscar la solución a nuestras diferencias tratando de cambiar a los demás antes que examinar la causa real de los conflictos (la necesidad de tener razón).
  • Quizá el único pensamiento que precisa ser cambiado es la creencia de que “los demás deberían pensar diferente»
  • Querer estar siempre en posesión de la verdad consume una gran cantidad de energía y tiempo que nos impide disfrutar de los demás y de la paz mental de saber que en el fondo todos tenemos nuestra propia lógica
  • Todo pensamiento consciente, repetido durante un tiempo, se convierte en un programa mental invisible. Con el tiempo acumulamos opiniones, creencias, que pasan a conformar lo que llamamos identidad construida o ego. Si alguien agrede esas posesiones mentales, en realidad es como si lanzara un ataque personal, porque confundimos pensamiento e identidad.
  • Tener opiniones es normal, también tener gustos y preferencias… pero que esas ideas y predilecciones le tengan a uno cautivo o secuestrado es una trampa.
  • Todos mantenemos un diálogo interior que reafirma continuamente lo que creemos, y después nos pasamos la vida buscando personas y situaciones en las que encajen nuestras creencias para poder así reafirmarlas.
  • Aceptar las ideas de otros es en realidad más sencillo de lo que parece. Basta con tener presente que aceptarlas no significa adoptarlas o validarlas (no significa estar de acuerdo).
  • Escuchar a los demás les hace sentir valorados, entendidos, importantes. Tal vez eso sea todo lo que necesitan de verdad, y al conseguirlo podría ser que renunciaran a imponer sus opiniones y creencias.
  • «Una de las mejores maneras de persuadir a los demás es escuchándolos” – Dean Rusk
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