El empleado zombie

El empleado zombie es aquel que acude arrastrando los pies a un trabajo que siente que le quita la vida poco a poco pero al que no puede renunciar, como una víctima de un sortilegio vudú. Se le distingue por su forma de deambular y sus movimientos (a veces torpes, a veces agresivos) y por que gime y se lamenta en un lenguaje que antaño fue humano. Su rostro y estado físico en general se deteriora de forma lenta pero inevitable. En el reducto de consciencia que resiste en el fondo de su mente, sabe que algo huele a podrido, pero no hace nada por cambiarlo. Ha renunciado a los sueños, la ilusión y el talento que una vez tuvo, incluso ha renunciado a sí mismo.

Muchas veces ha sido contagiado por su jefe. Es más, el empleado zombie contagia esta misma enfermedad a su entorno, ya sean compañeros jóvenes aún no contaminados, o incluso a su propia familia. Tiende a agruparse con otros empleados zombies alrededor de la máquina de café bebiendo sin sed un líquido infecto. También siente predilección por agruparse en los atascos, las horas punta y el metro. Es más peligroso de lo que su bajo nivel de energía aparenta: a veces se le ha visto vomitando una especie de bilis sangrienta sobre algún cliente o colaborador desprevenido o vulnerable.

Confunde sobrevivir con vivir, y lo que es peor, se ha convencido a sí mismo con todo tipo de excusas razonables (soy muy viejo para buscar otro empleo, en todas partes cuecen habas, estoy obsoleto, tengo que pagar la hipoteca…) de que no hay remedio para su situación. De hecho, su organización zombie le tiene esclavizado con un salario fijo con el que al cabo de su triste existencia podrá con suerte pagar la hipoteca, los gastos, y los impuestos. Resignado, espera a la jubilación como liberación definitiva, con su cuerpo vagando por el mundo laboral mientras lo mejor de su mente y emociones se va transformando en un recuerdo añejo. Mientras tanto, para evitar la podredumbre total y que pueda seguir acudiendo al trabajo, se le permite irse durante quince días al año de vacaciones durante los cuales por fin siente «esto es vida».

¿Tal vez estoy dramatizando demasiado? Veamos algunos datos sobre esta epidemia: El último informe Gallup sobre satisfacción laboral revelaba un dato bastante alarmante: Solo uno de cada ocho trabajadores en todo el mundo está contento con su trabajo. Y no es una encuesta realizada a la ligera, ya que se trata de resultados recogidos en 142 países y a 25 millones de trabajadores a lo largo del planeta. Los hay peores, pero España no sale muy bien parada. Hasta un 62 por ciento de los encuestados se muestran desconectados del trabajo que desempeñan, mientras que un 20 por ciento afirman sentirse muy desconectados. Solo un 18 por ciento está satisfecho. A nivel mundial el dato alcanza el 87 por ciento de personas “desconectadas emocionalmente de sus puestos de trabajo y con menos posibilidades de ser productivas”.

¿Y si levantarse para ir a la oficina fuera algo apasionante? ¿Y si el dinero que percibimos fuera secundario? ¿Y si trabajar nos sirviera para ser más felices? Creedme, aunque parezca un tópico, para algunas personas esto es una realidad, porque no se levantan para ir a trabajar, sino que se levantan para ir a disfrutar. No significa que en cualquier trabajo no haya tareas más o menos aburridas aunque necesarias o que actuemos de forma irresponsable, lo que quiere decir es que nos merecemos que con frecuencia podamos pensar «¡Qué día tan genial! ¡Y encima me pagan por esto!»

La buena noticia es que muchos hemos pasado por esta enfermedad, y los científicos han encontrado que existe una cura. Y lo mejor es que está a disposición de todos. De hecho no hay una cura genérica, sino que cada uno tiene que encontrarla en sí mismo. Los experimentos son concluyentes: no basta la vacuna de otro enfermo, cada uno debe desarrollar su propio sistema inmunitario.

Dicho esto, os lanzo otra pregunta: ¿Por qué no nos movemos para estar junto a esos privilegiados? Desde luego que no es misión sencilla, pero se puede lograr. No es un proceso fácil. A algunos nos ha llevado años de lucha, en contra de una sociedad zombie que espera que renuncies a tus ilusiones a cambio de «encajar». Ánimo a todos los aventureros que buscan su remedio.

Recomiendo la lectura del artículo de Pilar Jericó del cual he partido para elaborar esta advertencia de salud pública. 🙂

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