Dejar lo que te hace daño

Hace poco he encontrado en fb un par de imágenes que valen más que mil palabras, sobre cómo nos aferramos e insistimos en lo que en el fondo sabemos que no nos conviene. Creo que vienen bien como reflexión para el verano, cuando tenemos un poco más de tiempo para pararnos a pensar y sentir.

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Con mis clientes de coaching (también con amigos o conmigo mismo) muchas veces lo difícil no es saber qué decisión te conviene, sino reconocer la que ya no te conviene. Decir «basta» a ese empleo que te está costando la salud, esa relación tóxica, ese hábito que te trae problemas una y otra vez, tolerar ese comportamiento inadmisible…

En el fondo ya lo sabes. Es como cuando intentaste prolongar una mala relación de pareja, y tiempo después te reprochaste»¿por qué no la dejaría antes, si no tenía remedio?». Y tus amigos te lo decían, y tu familia, y el espejo…

Esa supuesta dificultad para saber qué hacer a menudo es un autoengaño para no mirar en esa zona oscura que siempre evitamos, para no admitir lo que ya hace tiempo que sabemos, para no afrontar a ese dragón que preferimos ignorar, con la esperanza de que se vaya.

Pero nunca funciona. La duda rebrota, la sombra cada vez es más oscura, el dragón vuelve.

Lo difícil es reconocer serenamente que la decisión que tomé en otro momento pudo ser la mejor que encontré entonces, pero ya no lo es ahora. Admitir que (en el fondo) hemos tomado una nueva decisión y asumir sus consecuencias.

¿Para qué no lo admito? Eso implicaría dejar ir a personas y objetos. Enfrentarse a conflictos o dañar relaciones. Renunciar a la seguridad o comodidad de la propia jaula. Reconocer errores o arriesgarse a cometerlos. Renunciar a objetivos imposibles o ajenos. Soltar lastre. Parar de dar pedales y arriesgarme a caer de la bicicleta. En definitiva, pagar los precios para seguir avanzando en la vida.

Se ve fácil en otra persona, pero desde dentro a cada uno nos da pavor nuestro propio «dragón». Esa figura mitológica que representa el caos y la destrucción de la frágil ficción de control que me he construido, pero también el poder y la sabiduría si aprendo a cabalgarlo. Afrontarlo es arriesgarme a arder y perder lo que soy o tengo. Sin darme cuenta de que justamente es así como el ave fénix se renueva.carteles miedo valentia enfretarmiedos dragon desmotivaciones

Así que me protejo. Mi inconsciente tiene toda una gama de sesgos cognitivos, creencias limitantes y emociones descontroladas que me impiden dejar la crisálida y volar como una mariposa. Imagino posibles riesgos (y los doy por ciertos aunque nunca han pasado), razono impecablemente algo que no convence a nadie, encuentro excusas para aplazar las acciones, me autosaboteo, etc.

Pero esos sesgos, creencias, emociones… no soy yo. En el momento que les reconozco como parte de mí, pero sólo una parte, puedo escuchar su buena intención, cuestionarlos, y sustituirlos.

¿Y las personas pueden cambiar patrones tan instalados? Normalmente hace falta una situación traumática o un impacto externo tan nítido que no podemos seguir ignorando para darnos cuenta de ese tipo de decisiones. Pero hasta entonces sigo dañándome, y cada vez costará más corregir el rumbo. A pesar de saber que cuando voy en la dirección equivocada, cuanto antes la corrija será mucho mejor. ¿De verdad es necesario esperar a que la vida me saque «tarjeta roja», a tener un infarto en el trabajo, a que me deje mi pareja, a tener una depresión…?

Así que mi pregunta para el verano no es «¿qué nueva decisión quieres tomar?» sino «¿qué decisión incómoda ya has tomado en el fondo y aún no has admitido?».

¡Que tengáis unas buenas vacaciones!

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