Las técnicas de medición de la actividad cerebral han permitido contrastar empíricamente lo que muchos venimos años predicando: El cerebro necesita emocionarse para aprender. Y estar sentado oyendo una clase magistral no suele ser muy emocionante.
En el año 2010 un equipo de investigadores del Massachusetts Institute of Techonolgy (MIT), en Boston, colocaron a un universitario de 19 años un sensor electrodérmico en la muñeca para medir la actividad eléctrica de su cerebro las 24 horas durante siete días. El experimento arrojó un resultado inesperado: la actividad cerebral del estudiante cuando atendía en una clase magistral era la misma que cuando veía la televisión; prácticamente nula. Los científicos pudieron probar así que el modelo pedagógico basado en un alumno como receptor pasivo no funciona.
Para la adquisición de información novedosa el cerebro tiende a procesar los datos desde el hemisferio derecho -más relacionado con la intuición, la creatividad y las imágenes-. “En esos casos el procesamiento lingüístico no es el protagonista, lo que quiere decir que la charla no funciona. Los gestos faciales, corporales y el contexto desempeñan un papel muy importante.
El proceso por el que el cerebro aprende: primero va la motivación, luego la atención y por último la memoria. En ese orden.
Sin embargo, según José Ramón Gamo, el 50% del tiempo de las clases de primaria en España se basan en transmitir información a los estudiantes de forma verbal, algo que en secundaria sucede el 60% del tiempo y en bachillerato casi el 80%.
Recomiendo leer completo el impactante artículo de Ana Torres en El País.
Llevado al ámbito del desarrollo de profesionales en las empresas, está claro que estamos mucho mejor, pero nos queda mucho camino por recorrer. Por mucho que hagas una formacion en sala interesante, participativa, y que metas juegos y actividades, el aprendizaje que deja huella tiene más que ver con otras experiencias más emocionantes.
Y no hablemos de las presentaciones internas infumables, en las que el Power Point se pervierte, pasando de herramienta de apoyo visual a una buena comunicación a ser una herramienta de tortura, pérdida de tiempo y estupefacción. O sea, muerte por Power Point.
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