¿Niños (demasiado) felices = adultos desgraciados?

En inglés, «a spoiled child» tiene un doble significado: mimado y echado a perder. ¿Estamos echando a perder a nuestros hijos tratando de ser los padres perfectos? ¿O de que ellos sean demasiado perfectos?

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En un extremo, estas vacaciones tuve que convivir con la desagradable experiencia familiar de una madre que ha tirado la toalla con sus hijos adolescentes. Ningún padre es perfecto, pero si renuncias a poner límites, dejas que los niños se eduquen con pantallas más de 12h al día, y oscilas entre evitar el conflicto y tratar de complacer sus caprichos, acabarás mal. Y los hijos peor. Un día saldrán al mundo real y nadie quiera trabajar o vivir con ellos.  En el otro extremo tengo otro ejemplo cercano de exceso de rigor y exigencia que lleva a hijos impecables pero débiles, temerosos y sin iniciativa ni autoconfianza.

Evidentemente, otros opinarán sobre mí que me paso o me quedo corto, y hasta puede que acierten. La clave es al menos hacernos la pregunta como padres, y actuar conscientemente, no movidos por miedos, impulsos o inercias. Imperfectos, pero lo mejor que uno sabe. Movido por esa inquietud, pregunté a mi hija si yo era demasiado estricto. Para mi sorpresa, dijo que no. Por cierto, había tenido una interesante conversación (cuando la despegué de la tele tras varias horas) sobre que quererla era hacer lo que era bueno para ella, no lo que le apetecía en cada momento. Luego nos lo pasamos muy bien jugando en la piscina.

Resultado de imagen de spoiled childA cuento de esto, me llamó la atención un provocador artículo de Gregorio Luri en ABC sobre cómo estamos educando niños sobreprotegidos, sin límites, y con la felicidad garantizada por sus padres. Discutible en varios puntos (como la crítica al aprendizaje de habilidades soft o la defensa de la escuela tradicional), pero también realista y oportuno. Algunos extractos:

  • «Yo creo que lo que hay que hacer es amar a la vida, no a la felicidad. Y no se puede amar a las dos al mismo tiempo. Porque la felicidad solo se puede conseguir jibarizando a la vida. Es decir, por medio de la idiocia.
  • La vida es compleja, llena de incertidumbres, y con un sometimiento terrible al azar. Estoy empezando a pensar que hay un sector de educadores postmodernos que se han convertido en el aliado más fiel de la barbarie, que lo que hacen es ocultar la realidad y sustituirla por una ideología buenista, acaramelada, y de un mundo de «teletubbies». Tenga usted un hijo feliz y tendrá un adulto esclavo, o de sus deseos irrealizados o de sus frustraciones, o de alguien que le va a mandar en el futuro.
  • Personalmente, me resulta mucho más atractiva la valentía, el coraje de afirmar la vida. Algo que ha sido, por otra parte, la gran tradición occidental desde Homero hasta hace dos días: Querer a la vida a pesar de que esta es injusta, tacaña, austera.
  • Hay que tener claro que lo contrario de la felicidad no es la infelicidad, es la realidad. Hay que asumir la complejidad del mundo. Como seres humanos nuestro deber no es ser felices, es desarrollar nuestras capacidades más altas. Y la felicidad es una ideología que milita contra esto. ¿Por qué? Por la simpleza de nuestros teóricos, que nos llevan a una felicidad en cursivas.
  • Procure que sus hijos no sean infelices, y después enséñeles la realidad, a sobrellevar sus frustraciones, a sobrellevar un no. Estamos creando niños muy frágiles y caprichosos, sin resistencia a la frustración, y además convencidos de que alguien tiene que garantizarles la felicidad. Y si alguien no se la garantiza, se encuentran ante una desgracia metafísica. Porque cuando nuestros hijos salgan al mercado, la sociedad no les va a medir por su grado de felicidad, sino por aquello que sepan hacer, que es exactamente lo que se le pide a las personas con las que nos relacionamos. Cuando vamos al dentista, no nos importa que sea feliz, sino que sea profesional en lo que hace.»

Si tienes curiosidad, puedes ver el artículo completo aquí.

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